Ruta del Práctico

Se puede ir desde Sevilla hasta Sanlúcar de Barrameda de una forma diferente, sin carreteras nacionales, casi sin pisar asfalto, y con la compañía del Río Grande (el Wady-al-Kabir de los omeyas). Por la Ruta del Práctico. Dicho camino ha sido utilizado en días pasados por el práctico del puerto para conducir los barcos desde la desembocadura del río hasta el puerto de Sevilla.

Camino del Práctico

Camino del Práctico. Al otro lado del Guadalquivir, Isla Mínima.

A la Carretera del Práctico se llega desde Coria del Río, una vez cruzado el Guadalquivir en barcaza, y luego el Guadaíra a través de un puente y dejando a la izquierda el Brazo del Este. Iremos pasando por terminos municipales tan andaluces como Coria del Río, La Puebla del Río, Utrera, Lebrija, Trebujena, Bonanza o Sanlúcar de Barrameda…

Camino del Práctico

Camino del Práctico. Vanvanautas en la barcaza de Coria del Río

La carretera transcurre paralela al río un buen puñado de kilómetros (más de 86 km). Transcurre en el límite entre la tierra y el agua, junto a ramblazos de fango. Desde ella podemos apreciar un paisaje rectilíneo cortado «a cuchillo», ahora verde, ahora azulino, con inmensos horizontes donde de vez en cuando aparece alguna venta o algún caserío solitario. Parece desértico, pero si te fijas bien, aparecen aquí y allá cigüeñas artríticas, vencejos titiriteros y correlimos hiperactivos.

Camino del Práctico

Camino del Práctico. Llanura verde-azulina

La infinita visión de las pistas que se prodigan como ramales laberínticos entre canales y arrozales, aumenta más la sensación de soledad. Pero precisamente ésta, la soledad, sea una de los encantos de este lugar. Así mismo, es hipnotizante el hecho de perder toda referencia, de desorientarte literalmente por la llanura de tierras de labor, caseríos solitarios e infraestructuras hidraúlicas que se repiten enmarañadamente a lo largo del camino. Las compuertas de los caños, con sus engranajes oxidados, te recuerdan que el hombre es en parte autor de ese paisaje.

El recorrido del río está plagado de tronchones. Son ingeniosas obras de protección y canalización de las aguas en los diferentes tramos de la ría, por la hinca de miles de troncos (salchichones) que conformaban pequeños diques de protección, con el fin de evitar la demolición natural de las riberas al encauzar sus corrientes.

Camino del Práctico
Camino del Práctico. Tronchones

Merece la pena perder la vista en los humedales donde se remansa el agua de las avenidas del río, en las balsas de limo y en los caños de agua que sobresalen aquí y allá. Pero también hay que fijarse en el propio camino, ya que mezcla pista (o carril como gustan decir por aquí) de tierra, con asfalto roto, caminos de cabras y bancos de arena… En ocasiones, los eucaliptos se ciernen sobre el trazado, creando un tunel natural por el que los viajeros son protejidos del sol propio de estas latitudes ibéricas.

Camino del Práctico

Camino del Práctico

Ya no pasan caballos ni carruajes por la Carretera del Práctico. Tampoco apenas pasan vehículos de motor, salvo los de los vecinos de las alquerías por aquí desperdigadas. Quizá veas a algún ciclistas aventurero, que se esfuerza en sortear los socavones y en cruzar las trampas de arena sin echar el pie a tierra. Y quizá a algún vanvanauta (mezcla de vanvanero y argonauta).

Camino del Práctico

Camino del Práctico

Según nos aproximamos al sur, el río comienza a convertirse en marítimo, casi oceánico; incluso podemos apreciar como deja señales de que se ha desbordado en anteriores ocasiones. Ya estamos cerca del mar, el omnipresente río Guadalquivir, nombrado por los fenicios “río Baits” (o “Betis”) y que los griegos llamaban “Tharsis”(o «Tartessos»), acabará en el Atlántico. Y esa mezcla de aguas creará la salobridad necesaria para que los camarones crezcan junto a las orillas de Sanlúcar. Y que esta localidad sea famosa, entre otras cosas, por sus tortillas de camarones….

Camino del Práctico

Camino del Práctico. Doñana desde Sanlúcar

Desde aquí se ven las barcazas faenando. A nuestro lado sobresalen del agua los palos del viejo embarcadero hincados en el barro, cubiertos de verdín y estéticamente muy llamativos. Al otro lado del río, el Parque Natural de Doñana.

Camino del Práctico

Camino del Práctico. Doñana

El Camino del Práctico: a occidente, el río y sus historias de navegación milenaria. Al oriente, marismas, arrozales y algodonales: llanura interminable. Hacia el sur, rectas de grata soledad.

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Algarve y Costa Vicentina (Portugal). Video

El litoral algarvio. La calle mayor N-125

«De Ayamonte hasta Faro, sin rumbo por el río, entre suspiros, una canción viene y va». Cano

Sagres y la costa Vicentina. La última frontera.

«Siempre es buena la libertad, hasta cuando vamos hacia lo desconocido». Saramago

El Algarve serrano y la vega oeste del Guadiana.

“Los viajes son los viajeros. Lo que vemos no es lo que vemos, sino lo que somos”. Pessoa

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Algarve. Sierras y ribera del Guadiana

El Algarve serrano y la vega oeste del Guadiana.

“Los viajes son los viajeros. Lo que vemos no es lo que vemos, sino lo que somos”. Pessoa

Serra do Algarve

Serra do Algarve

Una vez bordeada la costa atlántica de sur a norte, toca volver al este, pero esta vez lo haremos por el interior. Nos adentramos en un Algarve diferente al que hemos vivido hasta ahora. Nos despedimos de la costa bravía del Parque Natural del Suroeste Alentejano para adentrarnos en la serranía. Los caminos se adaptan tan bien al relieve de estas montañas, que el viajero, sin darse cuenta, se encuentra en el Pico da Foià, el techo del Algarve. A pesar de sus poco más de mil metros se convierte en el mirador natural de esta comarca, pudiendo contemplar tanto el litoral algarvio como la costa Vicentina y el vecino Alentexo. Y hacia la derecha la sierra de Monchique, una sucesión de olas montañosas azulinas que desembocan en la ribera del Guadiana, hacia donde dirigimos nuestras máquinas.

Serra do Algarve

Serra do Algarve

Nos vamos adentrando en el interior de las sierras, rumbo a la antigua capital musulmana del «al Gharb»: Sillves. Nos saluda desde el altozano de la villa un castillo de piedra roja, que da la falsa impresión de que esta recién construido con arcilla recién amasada.

La sierra do Caldeirâo, está trufada de tradicionales pueblecitos con su iglesia, su plaza y su café. Unos arrebujados en una ladera, otros en el fondo de algún valle, pero todos de casas blancas con los bordes azul cobalto. Un blanco que al viajero le recuerdan a las casicas de La Alpujarra. Ese “otro Algarve”, más desconocido, se extiende entre montes ondulados, combinando el verde de los bosques y los amarillos de las jaras.

Serra do Algarve

Serra do Algarve

Otro error de cálculo, hace que caigamos hacia Loulé, y que el camino se llene de curvas, de alcornoques, de matorrales y rudeza. Los caminos están rodeados de bosques de eucaliptos, rebosan de trajinantes pick-ups y se encuentran adornados de grupos de cigarras volantes. Los primeros, con sus residuos de hojarasca, hacen del camino un rally-raid. Los segundos, ejercitan la entereza anímica del piloto. Y la hermandad de las indolentes chicharras, que sobrevuelan atacando el casco del viajero, ponen el toque silvestre al periplo. Pero, de repente, como en una buena fábula, todo cuadra. Como si todo estuviera en su tiempo y su lugar preciso. Esa curva que se cierra súbitamente, esas hojas de eucaliptos en medio de la calzada, ese camión que hay que adelantar y levanta gravilla delante de la rueda de la RV, esas camionetas que vienen desbocadas en dirección contraria… La moto se adapta al piloto y, recíprocamente, el humano se aclimata a la afable y campechana máquina. «Todo está en el lugar y tiempo adecuado». Es entonces cuando, por unos instantes, el viajero se ensimisma en su «motociclo-aventurilla» por tierras lusas.

Arribados a Cachopo, los parroquianos se arremolinan en una tasca al borde del camino, revoloteando alrededor de los argonautas (*) recién llegados, como las cigarras de la sierra: ociosos y curiosos a la vez. Lo tienen fácil con los fiesteros motorizados.

(*) véase segunda acepción del diccionario de la RAE.
Atardecer en Sanlúcar del Guadiana (desde Alcoutim)

Atardecer en Sanlúcar del Guadiana (desde Alcoutim)

Llegamos al Guadiana. Frontera. Dos pueblos en espejo: Alcoutim y Sanlúcar del Guadiana. Uno enfrente del otro. Casas blancas y castillos a ambas orillas. Historias de contrabando parejas a ambas riberas del río. En faenas, amores, desamores y risas, tampoco deben de ser grandes la diferencias.

Última noche en Portugal. Disfrutaremos por última vez de los aperitivos que te ponen antes del plato principal (el pâo com manteiga e sal, las azetinonas, el óleo, los queijos…),  y el viajero descubre que el lagarto ibérico no tiene escamas y está delicioso.

Guadiana (desde Alcoutim)

Guadiana

Vamos descendiendo por la vega lusa del Guadiana, por donde discurre una carreterilla bien pegada al río. El gran río da vida a las dos orillas, sin distinguir una de la otra. A pesar de encontrarnos algunas parroquias por el camino, da la sensación de ser un paraje agreste y poco domado. El viajero piensa en lo curioso que tiene que ser pasear al borde mismo de esta Raya, e ir saludando a caminantes de uno y otro lado, alternando idiomas hermanados. Y comprobar que rítmicamente cambia de hora, como si pudiera hacer un viaje en el tiempo, retrocediendo y avanzando según su gusto.

El viajero va a echar de menos este «otro mundo» que es Portugal. Porque, a pesar de estar tan cerca, es otro mundo. La paisanos no gritan y son amables y pacientes con el forastero. Los horarios son distintos y la gente se recoge antes en sus casas. Y en ocasiones parece que el tiempo se ha detenido, como cuando ves preparar a las pescaderas el producto recién traído del mar en el mercado de Aljezur; o cuando el pastor te saluda con nobleza desde el arcén camino de Alcoutim; o cuando te sirven la comida en un santiamén en Salir, porque las camareras y el cocinero también van a comer… Vuelves atrás a un tiempo donde todo era más franco y sencillo.

Castro Marim

Castro Marim

La última parada la haremos en Castro Marim. Las marismas que la rodean refulgen al sol de media mañana; ya huele a salitre de nuevo, aprieta la calor y las tierras se allanan. Una vez el camino se aleja ligeramente de la ribera del Guadiana, el viajero se siente repentinamente melancólico. Quizás sea por el calor. Quizás por lo inminente del final del viaje. Quizás por los recuerdos: los acantilados, los hostels, la cataplana, las Sagres… No queda más remedio que acudir de nuevo a la barcaza que nos conducirá de nuevo a Ayamonte. Antes le aguarda la brisa del Atlántico en el rostro, ya se ve de nuevo el mar. Solamente por eso, el viajero retoma la senda del buen humor.

Castro Marim

Castro Marim

El viajecillo en la barcaza me sirve para pensar en Portugal como la vecina apenas conocida que siempre tiene un poco de sal cuando más lo necesitas. Esa vecina que cuando haces una fiesta en casa, no solo no te llama al orden, sino que trae un buen vino de Oporto para tomarlo con todos los fiesteros. Y es que compartimos una frontera kilométrica, un pasado común y una historia semejante, pero vivimos de espaldas a este país. Y el viajero piensa que es a la vez un destino cercano, insólito por su espontaneidad y francamente accesible tanto por su cercanía como por sus precios. Sencilla y llanamente, han estado igual o más jodidos que nosotros y por ello todavía resultan accesibles al bolsillo del españolito medio.

Pero, querido lector, no me hagas mucho caso y, siguiendo la cita de Pessoa, te invito a que seas tú mismo el que veas y seas tu propio viaje.

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Algarve. Sagres y la Costa Vicentina

Sagres y la costa Vicentina. La última frontera.

«Siempre es buena la libertad, hasta cuando vamos hacia lo desconocido». Saramago

Costa Vicentina (Ponta da Carrapateira)

Costa Vicentina (Ponta da Carrapateira)

Según el viajero se adentra en Portugal, sus secretos van siendo descubiertos. Cuando recorres sus caminos ya no hay vuelta atrás, el Algarve va cautivándote poco a poco. Nuestro último destino en el mapa es el Finisterre del Sur. Una vez pasado Lagos,  el mundo se despide. Aún se aprecia algún lugar habitado por el camino, pero como «cortada a cuchillo», desde aquí la civilización desaparece. Si no fuera por las casas de Raposeira, esto sería la soledad que existe en los últimos extremos de la tierra. Incluso la estrada N- 125 nos da un humilde adiós con su hito «km-0» en Vila do Bispo.

Motociclistas en fuerte de Sagres

Motociclistas en fuerte de Sagres

Llegamos a Sagres, a la fortaleza donde se supone que Enrique «el Navegante» estableció una escuela de navegación y de donde zarpaban los primeros exploradores portugueses; donde se inventó la carabela y se perfeccionó la nao; desde donde se despedían del continente los valientes que se adentraban hacia lo desconocido, la «Mar Tenebrosa«.

El camino, casi en línea recta, avanza hacia la punta del sur, contornea la bahía y finalmente se dirige al Cabo de San Vicente. El viento, fortísimo, no impide que lleguemos a nuestro destino. El viajero no puede avanzar más. FIN. Sólo tiene la opción volver por el mismo camino. Allí delante, varias decenas de metros en vertical nos separan del mar. Las olas arrecian sobre los farallones allá abajo, rítmicamente, como en una película. Mientras el sol cae, el viajero se va dando cuenta de que está en uno de los extremos de la Península Ibérica, emocionándolo durante unos instantes.

Atardecer en el Fin de la Tierra

Atardecer

Fin de la Tierra

Cabo San Vicente

 

 

 

 

 

 

Atardecer en Cabo de Sâo Vicente

Atardecer en Cabo de Sâo Vicente

Una  mezcolanza de adoradores del sol poniente nos encontramos reunidos en la barbilla de la Península: surfistas que vienen a terminar su jornada de olas y mar,  hipsters viajeros, mochileros inveterados, parejas nórdicas maduras que viajan con autocaravanas gigantescas, jovenzuelos adictos a los selfies y algún pícaro que, aprovechando la coyuntura, anda al despiste de llevarse algún «regalo» de las motos… El sol baja poco a poco, cambiando la luz que nos rodea. No termina de ocultarse por la línea que marca el mar, pero aun con todo, la bola bermeja se despide de nuestra latitud con porte y distinción. Mañana volverá a salir por el lado contrario.

Costa Vicentina (Praia do S. Telheiro)

Costa Vicentina (Praia do S. Telheiro)

El Parque Natural del Sudoeste Alentejano y Costa Vicentina esconde una gran cantidad de tesoros por descubrir. Quizá su secreto sea que es el lugar donde Europa se despide de la tierra para encontrarse con el océano. O que la naturaleza no ha podido ser dominada por completo. O que sea un lugar donde el Atlántico haga honor a su nombre, y te intimide con su azul exuberancia, su manto de humedad y su viento céfiro. La Costa Vicentina tiene varios capitanes: el viento constante, la luz prístina, las olas persistentes, los acantilados imposibles, las playas solitarias y los caminos solitarios. Estar aquí es un premio. Hasta las calas como la de Praia do São Telheiro o la de Ponta Ruiva, parecen darnos la bienvenida con esa forma de sonrisa permanente.

Costa Vicentina (Praia da Ponta Ruiva)

Costa Vicentina (Praia da Ponta Ruiva)

Debido a que es el acantilado más alto de la región con más de 150 metros de altura, la Torre de Aspa es un reclamo importante, sobre todo para los «airgam boys exploradores» como nosotros. Las vistas desde lo alto son su mayor atracción. Al ser un día despejado, conseguimos ver entre la neblina matutina el Cabo de São Vicente hacia el sur y, hacia el norte, las cercanas playas de Castelejo y Cordama rodeadas de acantilados de color negro, y al fondo, la Punta da Carrapateira, nuestro próximo destino.

Costa Vicentina desde Torre de Aspa (Praia do Castelejo / Praia do Cordama)

Costa Vicentina desde Torre de Aspa. Praia do Castelejo y Praia do Cordama.

Un camino circular de arena y piedras rodea el cabo, comunicando la praia de Amado y la de Bordeira. Desde que hemos salido esta mañana de Sagres , tras el «english breakfast», hemos hecho 15 km en línea recta en el mapa pero más de 50 por pistas; cosas de las calaveradas que nos proponemos… Ahora toca disfrutar del bacalhãu de Casa do Cabrita en Carrapateira, recomendado por la versión portuguesa del PAP(*) y gestionada por nuestro gurú en estas lides, Pluto. Llegan los motociclistas, y como siempre que nos hemos de organizar, se convierte en el camarote de los hermanos Marx, pero en vez de «dos huevos duros», nos ponga «medio kilo de percebes».

(*) Pedir Aos Compatriotas

Costa Vicentina (Praia do S. Telheiro)

Costa Vicentina (Praia do S. Telheiro)

Nos hemos quedado con las ganas, y volvemos a rodear la Punta de Carrapateira. Paramos a contemplar los acantilados, playas y calas. Mientras hacemos fotos, desde la línea de costa aparece una magra figura enfundada en un raído traje de neopreno, piel atezada, pulseras de conchas, rastas canosas anudadas en el cogote y un saco a la espalda con aparejos de pesca. Nos enseña su cena de esta noche: un par de doradas, que acaba de pescar con sus propias manos, serán preparadas a la brasa. Se le nota satisfecho, no necesita nada más; en todo caso, supone el viajero, una botella de vinho verde y, según él mismo nos comenta un «porro». Lo que pensaba el viajero, la libertad en persona…

Ponta da Carrapateira

Suzuki Van Van Costa Vicentina

Ponta da Carrapateira

Suzuki Van Van Ponta Carrapateira

Ponta da Carrapateira

Suzuki Van Van Ponta Carrapateira

Ponta da Carrapateira

Suzuki Van Van Costa Vicentina

 

Nos tenemos que buscar la vida en la zona de Aljezur. Pensando que la zona no era muy turística, y que está algo alejada de la costa, fuimos un poco a la aventura. Pero resulta que los dos pequeños hoteles de Aljezur están ocupados. Millardos de mochileros, campistas y «caravaners», fundamentalmente ingleses y del norte de Europa vagan por estos caminos. Supongo que para ellos estas tierras serán como para nosotros Cabo Norte: el final del continente pero por el lado sur, con más luz, más sol y menos borrascas. Preguntando por el pueblo, resulta que un parroquiano conoce a un paisano, que conoce a un amigo que regenta un hostel. Solo tenemos que esperar tomando una «Sagres» o una preta «Super Bock», hasta que aparezca Joe y nos lleve a su albergue, en Aljezur. Muy populares en toda Europa -menos en España-, estos hostels, se caracterizan por lo barato de sus precios, las habitaciones compartidas tipo barracón y su rozagante ambiente, que se suitúa entre las «convivencias de los Escolapios» y un «barracón de la mili de reemplazo».

Nos despedimos del Atlántico en Praia de Arrifana. Un gran bahía en primer plano y estratos de pizarra aquí y allá, dibujan un serpenteante escenario de acantilados. Sentados en una terraza, nos golpea el viento el viento racheado, mientras observamos como la costa va desapareciendo poco a poco, hacia el Sur.

Praia de Arrifana

Praia de Arrifana)

 

Nos vemos en el siguiente post

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Algarve. El litoral Algarvio

El litoral algarvio. La calle mayor N-125

«De Ayamonte hasta Faro, sin rumbo por el río, entre suspiros, una canción viene y va». Cano

Fabrica[

Suzuki Van Van en Costa del Algarve

Mientras cruzamos el Guadiana hacia Vilareal de Sâo Antonio en la barcaza en la que nos hemos embarcado en Ayamonte, pienso en los tiempos (no tan lejanos), donde había una frontera por aquí. Una frontera que al cruzarla puedes apreciar la misma luz a un lado y al otro y, por ende, supongo que habrá las mismas ambiciones, esperanzas, inquietudes y frustaciones en las gentes de ambas orillas. A los únicos a los que no nunca les pedirán el pasaporte (y no tendrán ambiciones ni frustaciones) será a los peces que libremente surcan las aguas de esta frontera.

Así damos comienzo a una nueva aventura: recorrer el Algarve hasta llegar al «fin del de la Tierra» en el Cabo de San Vicente. El Algarve, del árabe al-Garb: «lo más al este»; con ese nombre, comienza bien el viaje. Y como hemos ganado una hora nada más cruzar la frontera, no podemos poner mejor colofón al comienzo de nuestra «aventura de Mattel», que dar cuenta de una buena caldeirada de marisco,  con sus tres horas de sobremesa posteriores.

Costa Vicentina

Ayamonte desde Vila-Real do São Antonio

Nos echamos a la carretera de nuevo. En este caso, la Nacional 125 es la vertebradora de los caminos del sur del Algarve; transcurre paralela a la costa y se ramifica cuando quiere hacia las playas y los acantilados, que son infinitos en estos lugares. Como no podemos visitar todos los emplazamientos deseados -ya que no anda el viajero sobrado de tiempo-, elegimos acercarnos a algunos de ellos.

Costa Vicentina

Fortaleza de Cacela Velha

El primero será Cacela Velha, un pueblecito-fortaleza a tan solo unos kilómetros de la frontera. Una calle de casas encaladas con llamativos colores en su bordes te lleva al final del pueblo. Y desde la altura de su muralla se puede contemplar la barra litoral de la desembocadura del Guadiana y la ría de Formosa. Una línea de islas de arena y matorrales bajos frenan la bravura del océano y calman la llegada de olas a tierra firme. Entre el viajero y los islotes, transitan por las marismas pequeñas barcazas, que antaño portarían la pesca diaria y hoy trasvasan bañistas a la barra arenosa del litoral del pueblo de Fabrica.  Esta línea de costa «en dos partes», con su marjal en medio, son típicas de todo el Algarve oriental, desde Castro Gordo a Faro.

Cacela Velha

Casas en Cacelha Velha

Cacela Velha

Calle típica de Cacela Velha

El viajero transita feliz por el campo minado en el que se ha convertido la N-125. El viajero comprende que es mejor seguir la línea central de su propio carril; no solo porque evitará los baches, socavones y raíles, sino porque así hará entender a los vehículos posteriores, que no desea ser adelantado en su misma banda longitudinal destinada al tránsito una sola fila de vehículos.

Costa Vicentina

Marjal de Fabrica

Cartel en Olhau

Cartel en Olhau

Paramos a pernoctar en Olhãu, una villa pesquera que contrasta con otros pueblos turísticos más elegantes del litoral algarvio. El viajero se alegra de callejear en horas nocturnas por el barrio de pescadores, un laberinto con auténtico dejo portugués y clara influencia morisca. Las ruas se encuentran desaliñadas, decoradas con graffitis y algún cartel vintage, y empedradas solo como los calceteiros portugueses saben hacerlo.

Antes de que nuestras Dunlop vayan rebotando de nuevo por las calzadas lusas,  investigamos las diferentes formas de preparar el café que existen en Portugal -más incluso que en España-. Tomando un café pingado o un galâo, el viajero no se puede resistir a tomar una nata: esas deliciosas tartaletas de hojaldre rellenas de crema de flan horneadas y ligeramente tostadas en su cubierta. 

Seguimos por la N-125 y, como es lógico y natural en nuestra marcha, nos vamos perdiendo entre tanto cruce, tanto desvío a la playa, tanta pequeña carretera, tanta señal de sendero hacia algún lugar pintoresco… Una especie de juego de la oca con muchas casillas y algunos premios. Siempre es igual en los sitios de costa… En una de estas, nos metemos en la carretera que bordea el aeropuerto de Faro y los aviones pasan rozando las marismas y a escasos metros de nuestros cascos. Más tarde, se acerca un carabinero motociclista de la Guardia Nacional Republicana, curioso de por sí o por obligación de autoridad, ya que varias motos paradas alrededor de una rotonda llaman un poco la atención. Todo se resuelve con un par de indicaciones de adonde dirigirse, un «¡Boa Viagem!» por parte del guardia y un «¡Obrigado!» de nuestra parte, que el agente agradece francamente al oírlo en su lengua oriunda.

Carvoeiro

Carvoeiro

Cataplana (Carvoeiro)

Cataplana (Carvoeiro)

La esfera de color cobre aterriza en la mesa, se abre con mimo, y de inmediato los aromas invaden el olfato y los colores recrean la vista. La cataplana de marisco hace su aparición, y el cítrico olor a cilantro estimula las papilas gustativas.  Si a esto le añades haber llegado a bordo de tu motocicleta un lugar como Carvoeiro, te crees «o rei do mundo«.

(Gracias a Sergio por la invitación)

Si el Algarve oriental, destaca por sus marjales, largos arenales y marismas, el occidental está formado por calas pequeñas rodeadas de altos acantilados, muchos de ellos grandemente erosionados por las poderosas olas que azotan esta costa. Uno de los lugares señalados de esta parte de litoral algarvio es la Punta da Piedade: un faro rodeado de acantilados de cobriza arenisca, moldeados por los vientos y la marea en ángulos imposibles, que contrastan con los tonos verdes y turquesa profundo de las aguas del Atlántico.

Ponta da Piedade

Ponta da Piedade

Nos vemos en el siguiente post.

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