Temprano por la mañana también es buena hora para admirar las formaciones rocosas de la Gorgue du Dadés. Los “Dedos de Mono” (o “Manos de Mono”) son unos estratos casi verticales de areniscas rojizas cuya erosión ha producido unas formaciones caprichosamente falangiformes. En la zona sur del valle se encuentra el “Cerebro del Atlas”, una formación calcárea que se asemeja al órgano anatómico menos usado por nuestra clase dirigente. Como decíamos antes, la luz oblicua del amanecer les sienta muy bien a estos dos monumentos naturales.
Una vez desandado el camino hasta Todra por la carretera N-10, cargamos las motos de gasolina. Así mismo, llenamos los botes de gasolina extra que llevábamos (entre 3 y 5 litros por casco), ya que desde esta población hasta Khenifra (280 km) apenas hay dos gasolineras (Imilchil y Agbhala) y la autonomía de nuestras motos ronda los 175 km por depósito. Finalmente no hubo problemas en Imilchil, pero no queríamos arriesgarnos a que, al llegar a la gasolinera, nos dijeran que hasta mañana no se reanudaba la venta.
La garganta de Todra se asemeja a la fortaleza de un cíclope. Las paredes estriadas del desfiladero anaranjado te rodean por todas partes hasta más allá de la visión de unos mortales como nosotros. Los humanos desentonamos en tal panorama, sobre todo por la comparación en el tamaño: no están hechos estos desfiladeros en proporción al hombre…
En un lugar tan poético, también desentonan los turistas tipo pantalón corto, chanclas, camiseta de New York y gorrilla de pescador, pero… Bueno, nosotros también desentonamos… Al fin y al cabo es uno de los lugares más turísticos de Marruecos…
Saliendo desde esta garganta y siguiendo el valle hacia el norte, nos adentramos en el Grand Atlas. Hasta hace poco esta carretera era el único paso habilitado por esta cordillera, y se trataba de una pista de tierra. Últimamente se ha asfaltado, y parece que ya na no tiene la añeja emoción de las exploraciones a un lugar lejano y remoto, pero se trata de una de las carreteras más bonitas por las que he viajado con la RV. Nos encontramos en una zona de influencia berebere: los pobladores de estas aldeas (Imichil, Agoudal…) son descendiente de la tribu de los de los Ait Hadidou. Como todo lugar distante y recóndito, tiene sus propias leyendas; la más conocida la de los Lagos de Tislit y su gemelo Iselit. Se trata de una novelesca historia de amor entre jóvenes de tribus berebere en conflicto, cuyas familias no querían que se consumara su amor. Como os podéis imaginar, la cosa acaba en tragedia, con suicidios y demás.
Impresiona comprobar como, teniendo que ascender la prolongada pendiente del Tizi -n-Tirherhouzine (2.805 m), las RV ni se inmuten. Sigo sorprendiéndome -aunque cada vez menos-, de la capacidad de sacrificio que tiene esta motillo. A partir de esta cota, accedemos a otro paisaje espectacular de características lunares, o más bien marcianas. Siempre piensas que el Alto Atlas va a ser una zona frondosa, con bosques y floresta… pero te encuentras con este panorama a semejanza de la estepa desértica de Kazajistán, pensando que va a aparecer Ulan Bator a la vuelta de una curva. La ruta es impresionante: se trata de un paisaje de alta montaña con los estratos de la tierra marcados en arbitrarias y curvas líneas, donde los lugares más resguardados se dedican a la agricultura. Recuas de asnos cargados hasta más alla de lo imposible nos acompañan a nuestro paso. Achacosos camiones y furgonetas, que por nuestras latitudes estarían en un desguace, sirven a la población local como medio de trasporte tanto de mercancías como de viajeros (si no son las dos cosas a la vez). Como siempre, en cada parada en el camino, aparecen grupos de niños. Pero en este tramo del recorrido y sin necesidad de pararse, ya sea en los alrededores de las poblaciones o en medio de la nada, la chavalería sale al paso de las motos con afán de recibir un saludo. Y no se conforman con un saludo normal, sino que intentan chocarte la mano en marcha, con lo que en algunas ocasiones hay que andar con cuidado de no llevarse a algún chavalín por delante…
Al llegar a Agoudal (1.900 hab), una de las aldeas más grandes de estos lugares, los expedicionarios que iban adelantados reservaron mesa en el Aubergue Ibrahim. Hasta este momento del viaje por Marruecos, y en lo que respecta a las comidas, habíamos aplicado (más o menos) el manual del viajero prudente: tener cuidado con el agua, y no comer cosas sin demasiada cocción (ensaladas, etc…). Unas fantásticas omelettes «al punto», con huevos de gallinas criadas en las estepas del Atlas, tuvieron la culpa de que nos saltáremos dicha prudencia culinaria. Durante la comida la chavalería se arremolinaba y se encaramaba en las vallas del albergue, alrededor de los astronautas que acababan de aterrizar por allí.
Por otra parte, el dueño del Aubergue, nos explicó el significado de las cruces bereberes que estaban decorando su restaurante: libertad (un buen logo para nuestra aventura…). Ibrahim nos asesoró sobre Khenifra, nuestro próximo destino. Nos recomendó el Hotel El Kamar, informándonos de que se trataba de un hotel “muy bueno, con todas las comodidades, con garaje, etc…”, así que nos decidimos por este establecimiento para dormir esa noche.
Una vez abandonamos Agoudal, todavía nos quedaba una buena jornada motera. Lo cierto es que nos quedamos con las ganas de hacer el Tizi n’Ouano (el “Puerto de la Tortuga”), a través de una pista a más de 2.900 m. Así que, como casi siempre en cada etapa nos quedamos con cosas por ver, para, de esta manera, crear una necesidad de volver a este lugar. Repostamos en la gasolinera de Imilchil, sin ninguna incidencia: no nos harían falta los litros de gasolina extra que llevamos.
Atravesado el Tizi N’Bab N’Ouayad (2.286 m), nos vamos adentrando en la zona norte del Atlas, donde va apareciendo paulatinamente la vegetación, hasta llegar a la zona de Aghbala, una región cada vez más “mediterránea”, con sus campos de frutales y cultivos que no nos abandonarían ya hasta llegar a Tánger. Esta carretera comarcal de segunda categoría se caracteriza por tener una franja asfaltada en medio de la misma, llena de socavones y de unos dos metros de ancho, y unos arcenes de tierra con un desnivel de varios centímetros. Una nueva clase en el máster de pilotaje por tierras marroquíes: la parte asfaltada es del que más aguante en la misma hasta encontrarse con el vehículo que viene de frente. Si te apartas muy pronto el camión seguirá por el asfalto, y tú tendrás que tirarte al arcén (nunca mejor dicho lo de tirarte…) Así que hay que echarle bemoles y no apartarse del camino (5,4,3,2 … … ¡aguanta, aguanta!). Así lograrás conservar la prioridad de paso, a pesar de que de frente aparezca un vetusto monstruo mecánico…
Un gran lugar para hacer una parada durante este recorrido es el Lac Moulay Yaakoub, todo repleto de nenúfares y con miles de ranas croando su existencia a la luz del atarcecer. A pesar de la aderenalina consumida, de las buenas experiencias del día y de que es un lugar estupendo, está anocheciendo y hay que apresurarse: no nos apetece volver a conducir en la noche marroquí.
Conseguimos llegar a Khenifra (74.000 hab.) ya con la noche cerrada, pero sin ninguna incidencia a destacar, aunque anécdotas hay de todos los colores. La barakka está de nuestra parte. El hotel es digno de un capítulo en una novela de Paul Bowles. Es un hotel autóctono, no turístico. Con su ducha sin agua caliente dentro de la habitación y los aseos comunitarios, tan solo con una separación hombres / mujeres. Las ventanas de nuestra habitación dan a un patio interior cubierto por una tejavana (no me quiero ni imaginar el calor en pleno verano) donde oímos pasar la vida (bebes llorando, padres tomando el té, abuelos paseando…). Previamente y para se resguardaran de la noche, aparcamos las motos en la galeria interior de una tienda de ultramarinos (el «aparcamiento del hotel»). Una vez que hemos visitado el zoco y el mercado de carne de la ciudad, que se encuentran frente al hotel, buscamos un lugar donde cenar. Como si fuera la tonadilla de un encantador de serpientes, el humo de parrillas callejeras nos lleva a un buen lugar para probar una nueva delicia culinaria marroquí. El olor a carne quemada llega hasta nosotros, pero es solo uno de los aromas que componen la intensa y estruendosa atmósfera noctámbula de esta ciudad. El paisanaje lo completan el bullicio del zoco semanal, los puestos de zumos de naranja, el mercado de carne, los vendedores de pescado en plena acera, junto con cientos de personas que andan de aquí para allá.
Cenaremos carne a la brasa recién cortada (repetiremos en otras ocasiones como veremos en próximos post) y posteriormente nos dirigimos a una Pastisserie. Se trata de una típica pastelería donde te venden a granel los tradicionales pastelillos árabes elaborados con almendras y miel. Cuando le pedimos té, el dueño de la pastelería se dirige al camarero del bar de al lado para que nos sirva una taza de la popular infusión. Los dueños de los locales colindantes se ceden las peticiones de los clientes, y todos tan contentos. Parece que no existe la competencia feroz por la clientela que hay en nuestra cultura…
Nos dirigimos a la posada a través de una marabunta de gente que parece que no tiene cas. A pesar de lo desaliñado del hotel, abandonamos cualquier miramiento y nos preparamos para el bien merecido descanso.
Video resumen de los tres últimos días:
Nos vemos en el próximo post…
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