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VANdalucía (5). Vuelta al Norte

Lagunas de Ruidera

 Desde los Cerros de Úbeda a la Sierra de Cuenca

Hoy volvemos al norte… Richard nos guía por las comarcas entre Granada y Jaén. En su momento, cuando revisas los mapas de la ruta, te imaginas como pueden ser los paisajes que se esconden en ellos. Pues bien, todo lo supuesto de esta zona es totalmente diferente a los que estoy viviendo. A un lado la Sierra de Mágina y al otro la de Cazorla, hacen de esta parte de la jornada una buena experiencia. Hacia el sur, se ven grupos de cumulonimbos, señal de que se avecinan las tormentas. Hemos tenido suerte y buen tiempo todos los días…

Existen los cerros de Úbeda -doy fe de ello-, y no me importaría escaparme por ellos un fin de semana sí, y otro también. Cuando te fijas, en medio de las lomas hay algún pastor; y si saludas recibes una respuesta, señal de que los coches no le interesan, pero si los locos de las motos… El gigante, esta vez, pinta con escuadra y cartabón las líneas verde grisáceas de los olivos en un lienzo de fondo ocre claro.

Richard se despide en Úbeda, y nosotros continuamos por la A-32, dirección Albacete. Una vez pasada la frontera entre Andalucía y Castilla La Mancha, desaparecen los olivos y el paisaje cambia. De los olivos al centeno y los alcornoques, de las serranías a la planicie. Intentamos acortar la ruta, para llegar al punto de encuentro con Sergio, que otra vez nos va a acoger en su casa. Un desvío mal señalizado, y al final nos equivocamos para recorrer lo que en el mapa Michelin está definida como una “carretera mal asfaltada”. La primera sorpresa, las señales. Y después una carretera con mal piso que poco a poco que se convierte en una pista pedregosa pero que nos conduce hasta finalmente hasta Albadalejo (Ciudad Real)

Señales

 

La Mancha

Desde aquí se acabaron las curvas. La Mancha: donde la belleza está es su propia austeridad, en su monotonía. Donde no hay distracción visual, pero esta circunstancia aumenta, a su vez, la imaginación del viajero. No es difícil figurarse que, sin estas llanuras, Don Quijote no podría haber existido. En esta tierra donde todo es camino, sin ninguna restricción a la fantasía, el caballero andante se sentiría en cómodo, feliz, sumamente contento… Vamos atravesando llanos, kilómetro a kilómetro. De Albadalejo a Montiel, y finalmente llegamos a Ossa de Montiel. Recorremos las Lagunas de Ruidera, el oasis en pleno campo manchego. Desde allí, otra vez hacia el Norte: La Mancha, tan ancha…

Castillo de Alarcón

Llegamos a Alarcón ya casi anocheciendo. A pesar del calor que hemos pasado hoy, Sergio nos avisa: “poneros todo la ropa de abrigo que tengáis”. No me imagino que vaya a haber un descenso tan brutal de las temperaturas, pero por si acaso, le obedezco, me pongo todos los forros. Esta vez no conduciremos al atardecer, sino más bien en plena noche. Una gran luna llena como un plato aparece por la línea plana del horizonte y nos acompañará un buen rato…

Entramos en Cuenca, con el moco colgando… En Alarcón, dudé en ponerme los guantes de invierno, pero no quería ser exagerado. Me hubieran hecho falta… Menos mal que hice caso a los lugareños… Seguimos la conversación de días pasados: nos reímos un buen rato. Las próximas rutas invaden nuestros pensamientos: ¿volver a África de nuevo?

El “modo return” y el día (del juicio) final

Como buen conocedor y sherpa de la zona, Sergio nos guía por la serranía de Cuenca, esta vez por el Puerto del Cubillo, bordeando los Montes Universales. Una pena estar en “modo return” y no disfrutar de la zona. Buenos paisajes, buenas carreteras y buen tiempo, pero cuando se presiente el final del viaje, entramos en el epílogo, y solo hay pensamientos para llegar a casa. Una pena. Hay que volver a Albarracín…

Me despido de Juantxi y de Sergio. Ya por la tarde me encamino dirección totalmente septentrional. Nada más enfilar la carretera nacional, vislumbro lo que me espera. Un viento norte castigador e inmisericorde me acompañará el resto de la jornada. Trescientos treinta y tres km contra el viento. Con la moto a tope y como máximo 80 km por hora… Por el retrovisor veo venir unas motos, les doy paso con aspavientos, hasta que me doy cuenta que se trata de la pareja de la Guardia Civil… Aminoran la velocidad al adelantarme en una recta descomunal, y continúan ruta. Más adelante, me los encontraría situado en el arcén, controlando a los viajeros, me hacen señales para que continúe, me saludan y se quedan observando la “amotillo” desde la distancia, según veo por los espejos.

En el valle del Ebro el viento arrecia de manera desalmada conmigo. Nos acercamos a una gran ciudad y hay más tráfico, sobre todo de camiones. Esta vez ellos pueden, y nosotros no; nos adelantan de manera despiadada. Ni siquiera podemos mantenernos a rebufo. Tengo que parar un poco para dejar descansar a Grisácea, que en ningún momento se ha quejado; más bien es la escusa para dar a mis posaderas algo de alivio. A la salida de La Almunia, un control; procedo a soplar en el alcoholímetro, y cero «points»… Mientras me coloco guantes, cascos, etc, se acerca un patrullero.

– ¿Es cómoda? – me pregunta por la moto.

– Por supuesto, lo único que hoy el viento no nos da tregua y con 12 caballos…

– ¿Hasta dónde vas?

– Hasta Pamplona; hoy vengo de Cuenca, pero hemos estado unos días en Almería.

-(Silencio y cara de sorpresa) Si vas por la carretera del desierto*, ten mucho cuidado con los camiones, van como locos…

– Muchas gracias, señor agente

– ¡Buen viaje!

*En Zaragoza apodan al tramo de 36 km entre La Almunia de Doña Godina y Magallón, como la “carretera del desierto”.

Bardenas Reales

Otro desierto en el viaje. No es el último. Me costará llegar a las Bardenas, pero gritando al viento dentro del casco (algo así como el Teniente Taylor), lo consigo. Aun me falta unos 100 km; me meto por todas las carreteras vecinales que encuentro para evitar la nacional, y ahorrarme la idea de que los coches se pongan a milímetros de la Dunlop.

De nuevo me pilla el atardecer, y allí enfrente se extienden la llanura del cielo granate y algo más abajo el inextricable laberinto de montañas de color azul. ¿Cuándo los volveremos a ver?

Atardece en el valle del río Arga

 

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VANdalucía (4). Cruzando Sierra Nevada hacia la Hoya de Guadix

Atravesamos Sierra Nevada

Cruzando Sierra Nevada hacia el Norte 

Hoy tenemos que atravesar Sierra Nevada por el Puerto de la Ragua, A pesar de su constante desnivel ascendente, la transición se me hace amable y tranquilay aprovecho dentro del casco a darle vueltas a lo que más me ha llamado la atención de esta zona. A diferencia de otras montañas, La Alpujarra y Sierra Nevada, parecen hijas del sur y de la amabilidad, (como la subida al puerto). Si en Pirineos y Picos de Europa, lo que domina en el paisaje es lo petrificado de sus picos y las ensoñaciones que se hace el viajero de sus misteriosos y nebulosos contornos, esta región destaca por la calidez de sus tierras y sus perfiles más afables. Es posible que los vientos cálidos y secos del Norte de África, puedan con el poderío mismo de las nieves perennes de estas montañas.

Sierra Nevada (bajando el Puerto de La Ragua)

Llegamos a los 2.000 msnm, para bajar hacia la hoya de Guadix. La perspectiva desde lo alto se asemeja a un desierto oriental. Por la llanura amarillenta de montañas arrugadas de color ocre corre una línea verde oasis, que corresponde con el río Guadix. Hacia allí nos dirigimos, no sin antes pasar por La Calahorra sorprendiéndonos con su castillo, y guiados por Richard, hacer todo el recorrido por la vera de la Sierra. El cambio de temperatura desde las montañas hasta las vegas no me sienta muy bien, y me pega un buen bajonazo. Nos esperan a comer en Gorafe. Necesito hidratarme. Bebo.Bebo. Necesito más. Acabo bebiéndome unos 2 litros de bebida isotónica en apenas media hora.

Ya estoy dispuesto para el cocido que nos ha preparado Rosalía en el Hostal Los Guilos. Una pena no haber podido disfrutarlo en plenitud de condiciones, pero está exquisito. Una buena siesta hace el resto…

Atardecer en Los Colorados (Gorafe)

Gorafe está situado en medio de la estepa Granadina, otro territorio árido y desértico, y por tanto, lleno de belleza. Las formas que se repiten en esta zona son los escarpes que semejan murallas, de color rojizo, debido a la oxidación de sus tierras ferrosas, coronado en muchas ocasiones por un resalte de color blanquecino. Así mismo, hay una gran concentración de restos megalíticos y dólmenes, señal de que era una zona habitada desde muy antiguo. Según vamos dirigiéndonos al paraje de Los Colorados, aparece Juanjo que venía desde Granada, escoltado por Richard y Suso que habían ido a buscarle a Guadix. Desde lo alto de los barrancos podemos disfrutar del atardecer, viendo como los colores de las badlands van cambiando del ocre al rojo pálido. Podemos contemplar desde allí una vista panorámica de las Sierras de Baza y Cazorla hacia el norte y, como siempre, Sierra Nevada al sur. De nuevo un atardecer montado en la moto, y disfrutando de un lugar desconocido de nuestra geografía. No se puede pedir más…

Las Badlands de la estepa granadina

Sierra Nevada siempre presente

Durante toda esta jornada, tendremos siempre la silueta de Sierra Nevada en nuestra vista. El “monte del Sol”: Mons Slorius, de los romanos o Gebal Solair, de los musulmanes. A pesar de su antigua denominación, la silueta de las montañas parece un inmenso oso escapado de las regiones polares, descansando, para observar que allí se acaba el continente, como si estuviera pensando dar un salto a África. Desde aquí son visibles el Mulhacen y el Pico del Veleta, nada destacados en la línea blanca de las montañas, como si quisieran esconder algo… Estas montañas tienen algo de misterioso…

Los Colorados (Gorafe)

Por donde ruteamos hoy predominan las cárcavas, los cañones y barrancos Son las “badlans» o “malas tierras”, denominadas así, no tanto por su aridez, sino porque son malas para cruzarlas. No estamos en Dakota del Norte, sino en los alrededores de Purullena (Granada). Sin embargo, gracias a los sherpas conocedores de la zona (Juanjo y Richard), conseguimos un paso a través de ellas. Los colores arcillosos dominan estos lugares, desde el rojo anaranjado a los marrones claros, salpicados de algún toque gris verdoso de los olivos, y de los azules acuáticos de los pantanos escondidos que van apareciendo aquí y allá. Los pueblos con casas cueva dan el toque blanco al cuadro. Esta vez el lienzo del gigante es de color ocre, pero sigue estando muy arrugado, y las carreteras van serpenteando por el decorado western … Todo un descubrimiento este lugar. Bien se merece una nueva escapada y aventura vanvanera…

Juanjo admirando las Badlans (al fondo Purullena)

Las Badlands: ¿malas tierras para atravesarlas?

Paramos en Cuevas del Campo (Granada). En plena semana Santa, la gente se acicala con sus mejores galas.Ya estamos nosotros sucios, polvorientos, para dar el toque silvestre a la mañana. Nos perdemos por Bácor, y para comer, algo típico: el queso de cerdo, que no es un producto lácteo. Del cerdo, hasta los andares.

Por la Hoya de Guadix

Nos dirigimos hacia el norte y el paisaje cambia; las tierras se hacen menos áridas, se vuelven verdes: el centeno está creciendo. Nos acercamos a Guadahortuna, los guías saben bien a dónde nos llevan, disfrutaremos de unos buenos pasteles en el Café Calitos. A la llegada somos la atracción del lugar. Un chavalín de unos 5 ó 6 años se acerca a los motociclistas, a los astronautas de cascos arenosos.

– ¿Me puedo montar?- nos pregunta sin ninguna vergüenza.

– ¡Claro!- responde rápidamente Richard-. Si te portas bien, luego te doy una vuelta…

Se pone el casco y varios acelerones de la moto nos convierten todavía más en el alma de la fiesta. El rapaz sabe lo que es bueno.  Sin embargo se piensa mejor eso de ir a dar un garbeo con la moto. Vuelvo a tener un deja vú… A los pocos días, Richard volvería por allí, y el niño le preguntaría por el resto de moteros que faltaban… ¡Que grande, el chaval!

Lo que iban a ser una rutilla de unos 100 km por la zona se convierten en 250 km… ¡No tenemos remedio! De vuelta a Gorafe nos espera Rosalía, que nos trata como a sus nietos. Unos muslos de pollo escabechados y una tortilla paisana nos devuelven la energía. Mañana comenzamos la vuelta a casa…
Nos vemos en el siguiente (y último) post de este viaje…

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VANdalucía (3). La Alpujarra

La Alpujarra

Camino a La Alpujarra

Una vez que nos vamos despidiendo de la zona desértica del Almería, y a pesar de que vamos ganando poco a poco altura, la geografía se va haciendo menos yerma, apareciendo algo de vegetación. Se comienza a adivinar la geografía esencial de La Alpujarra: barrancos, cárcavas, quebradas y ramblas nos acompañarán en la travesía. El color va cambiando de los tonos ocres amarillentos a los verdes oscuros. También existe una Alpujarra almeriense a lo largo del cauce del río Andarax, algo más árida que la granadina, pero también muy serrana…

Durante nuestra transición desierto-montaña, comenzamos a ver al fondo la mole blanca de Sierra Nevada. Esperaríamos encontrar picos y moles rocosas, pero desde aquí solo se observan ligeras protuberancias sobre el uniforme cerro nevado y redondeado en sus bordes. Durante este periodo del recorrido, sin embargo, se hace más preponderante la Sierra de Gádor, que nos separa de la costa, que se sitúa al Sur. Con sus pequeños neveros (llega a los 2200 msnm), quiere semejarse su compañera de más al norte.

Vista de Sierra Nevada desde La Alpujarra almeriense

El recorrido por estas tierras es toda una montaña rusa, pasando desde los 450-500 msnm de los pueblos más bajos (Órgiva o Ugijar), hasta los 1.436 m de Capileira o los 1.476 m de Trevélez, estando su mayoría entre los 900 y 1000 metros (Cadiar, Berchules, Busquistar, Laroles…) Precisamente en Laroles, paramos a comer un plato alpujarreño y algunas otras viandas, como choto asado o perdices escabechadas…

Laroles

Seguimos ruta hacia el Oeste y pensarás que, al acercarnos a ella, la Sierra mas alta de la Península se hará más visible y destacada; pero como todo en estas tierras es irreal e ilusorio, Sierra Nevada se esconde tras la propia combadura de sus pendientes. Aquí y allá se observan los pueblos blancos de La Alpujarra, pero la sierra se ha escondido detrás de las colinas que coronan estos valles y barrancos. En Cadiar disfrutamos de un atardecer amarillento, anaranjado, y finalmente, violeta.

Las curvas de La Alpujarra

Vista en el mapa, la carretera tiene muchas curvas, pero en la realidad se asemeja a una culebra furiosa que va deslizándose por los diferentes barrancos que conectan la parte más alta de Sierra Nevada con los valles que se encuentran más abajo… A cada vuelta de un recodo, aparecen unas nuevas vistas: un barranco, una nueva aldea blanca, una quebrada con su pequeño puente para vadear un río, otra sierra al fondo…

Si consigues templar los nervios, desde la carretera comienzas a ver los pueblos de La Alpujarra mucho tiempo antes de llegar a ellos, pero la zigzagueante sucesión de curvas hace que parezca que nunca vayas a conseguirlo. Desde lo lejos, las aldeas parecen blancas manchas de pintura derramadas por la brocha de un torpe gigante en un lienzo verdoso y arrugado: una aquí, otra allá, algunas muy juntas, otras separadas… Pero desde más cerca, compruebas que las casas son una tupida aglomeración de paredes blancas y grises con techos rectangulares, dispuestas en forma de escalones, similares a una abigarrada pintura cubista.

Los Pueblos de La Alpujarra son manchas en un lienzo…

Esa forma cuadrada y con disposición escalonada, es muy similar a las aldeas del Atlas marroquí, exceptuando que aquí están encaladas de blanco y en Marruecos hay que distinguirlas del color ocre predominante en las montañas. La forma y disposición de las casas tiene su razón de ser: los terrados planos y la distribución en forma de escalera facilitan una mayor exposición al sol a lo largo de todo el día (no nos olvidemos que estamos a más de 1.000 metros de media sobre el nivel del mar). Todo ello nos lo explicó el jefe de el bar “La Fragua de Trévelez, donde pudimos disfrutar de su famoso jamón, del que unos dicen que su gusto está relacionada su curación a gran altitud y otras personas hablan de brujería, para conseguir su famoso sabor..

Desde todas estas poblaciones, la Sierra de la Contraviesa es la vista predominante. Aunque con una altura no superior a los 1250 metros, desde los pueblos alpujarreños se observan las estribaciones y quebradas de estas montañas, como si fueran una bola de tela arrugada. Quizás por estas vistas, o pensando en lo la ruta que aún teníamos por hacer después, al partir de nuevo tras de un refrigerio en la “Taberna del Acusado” de Bubión, me olvidé la bolsa sobredepósito; al echar una ojeada al mapa descubrí el olvido. Muy amablemente la dueña me dijo, al regresar a por ella, que intentó localizarnos pero ya nos habíamos metido por el laberinto de callejuelas de la aldea.

Pista a Sierra Nevada

Más arriba, desde Capileira sube una pista hacia la Sierra. Desde allí podemos observar las cumbres nevadas, pero solo en algunos tramos, porque aún subiendo a ella, la sierra se muestra esquiva. Discurre una pista que se comunica con el Pico Veleta y de allí pasar al otro lado de la Sierra, hacia Granada. Sería estupendo poder pasar por ella un día: se abre un día al año, con motivo de una romería, por agosto…A la bajada a Capileria, en el Bar Panjulia, nos sirvieron un buen plato alpujarreño con los productos representativos de la zona: morcilla, lomo de orza, longaniza, papas a lo pobre, huevos fritos y jamón serrano (¿hace falta que explicar más?).

https://www.flickr.com/photos/13183701@N03/

Bajando desde Sierra Nevada

A la llegada a Orgiva vemos varios autoestopistas que quieren subir hacia tierras mas altas… Varios chavales con aspecto de hippies (que no hipsters) se sitúan al borde de la carretera con sus carteles de «La Alpujarra», esperaban a ser recogidos por algún conductor. No hace tanto viajar haciendo auto-stop era la alternativa mas barata para echarse a la carretera. Hoy, prácticamente nadie hace dedo.

Ya de vuelta al hotel, desde Orgiva hasta Cadiar discurre una carretera más ancha que la de los días anteriores, pero no por ello con menos curvas. Esto es el reino de las curvas. En alguno de los pueblos que hemos pasado había un bar que se llamaba «La Recta»; y efectivamente se situaba en una recta de la carretera, pero ésta era de no más 150 metros… Ya de vuelta a Cadiar, nos pilla el ocaso, la tierra se vuelve roja y los almendros y frutales parecen bailar en filas de a dos…

Varias posteles de recuerdo:

Postales de La Alpujarra

Postales de La Alpujarra

Nos vemos en el siguiente post…

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