Desde los Cerros de Úbeda a la Sierra de Cuenca
Hoy volvemos al norte… Richard nos guía por las comarcas entre Granada y Jaén. En su momento, cuando revisas los mapas de la ruta, te imaginas como pueden ser los paisajes que se esconden en ellos. Pues bien, todo lo supuesto de esta zona es totalmente diferente a los que estoy viviendo. A un lado la Sierra de Mágina y al otro la de Cazorla, hacen de esta parte de la jornada una buena experiencia. Hacia el sur, se ven grupos de cumulonimbos, señal de que se avecinan las tormentas. Hemos tenido suerte y buen tiempo todos los días…
Existen los cerros de Úbeda -doy fe de ello-, y no me importaría escaparme por ellos un fin de semana sí, y otro también. Cuando te fijas, en medio de las lomas hay algún pastor; y si saludas recibes una respuesta, señal de que los coches no le interesan, pero si los locos de las motos… El gigante, esta vez, pinta con escuadra y cartabón las líneas verde grisáceas de los olivos en un lienzo de fondo ocre claro.
Richard se despide en Úbeda, y nosotros continuamos por la A-32, dirección Albacete. Una vez pasada la frontera entre Andalucía y Castilla La Mancha, desaparecen los olivos y el paisaje cambia. De los olivos al centeno y los alcornoques, de las serranías a la planicie. Intentamos acortar la ruta, para llegar al punto de encuentro con Sergio, que otra vez nos va a acoger en su casa. Un desvío mal señalizado, y al final nos equivocamos para recorrer lo que en el mapa Michelin está definida como una “carretera mal asfaltada”. La primera sorpresa, las señales. Y después una carretera con mal piso que poco a poco que se convierte en una pista pedregosa pero que nos conduce hasta finalmente hasta Albadalejo (Ciudad Real)
Desde aquí se acabaron las curvas. La Mancha: donde la belleza está es su propia austeridad, en su monotonía. Donde no hay distracción visual, pero esta circunstancia aumenta, a su vez, la imaginación del viajero. No es difícil figurarse que, sin estas llanuras, Don Quijote no podría haber existido. En esta tierra donde todo es camino, sin ninguna restricción a la fantasía, el caballero andante se sentiría en cómodo, feliz, sumamente contento… Vamos atravesando llanos, kilómetro a kilómetro. De Albadalejo a Montiel, y finalmente llegamos a Ossa de Montiel. Recorremos las Lagunas de Ruidera, el oasis en pleno campo manchego. Desde allí, otra vez hacia el Norte: La Mancha, tan ancha…
Llegamos a Alarcón ya casi anocheciendo. A pesar del calor que hemos pasado hoy, Sergio nos avisa: “poneros todo la ropa de abrigo que tengáis”. No me imagino que vaya a haber un descenso tan brutal de las temperaturas, pero por si acaso, le obedezco, me pongo todos los forros. Esta vez no conduciremos al atardecer, sino más bien en plena noche. Una gran luna llena como un plato aparece por la línea plana del horizonte y nos acompañará un buen rato…
Entramos en Cuenca, con el moco colgando… En Alarcón, dudé en ponerme los guantes de invierno, pero no quería ser exagerado. Me hubieran hecho falta… Menos mal que hice caso a los lugareños… Seguimos la conversación de días pasados: nos reímos un buen rato. Las próximas rutas invaden nuestros pensamientos: ¿volver a África de nuevo?
El “modo return” y el día (del juicio) final
Como buen conocedor y sherpa de la zona, Sergio nos guía por la serranía de Cuenca, esta vez por el Puerto del Cubillo, bordeando los Montes Universales. Una pena estar en “modo return” y no disfrutar de la zona. Buenos paisajes, buenas carreteras y buen tiempo, pero cuando se presiente el final del viaje, entramos en el epílogo, y solo hay pensamientos para llegar a casa. Una pena. Hay que volver a Albarracín…
Me despido de Juantxi y de Sergio. Ya por la tarde me encamino dirección totalmente septentrional. Nada más enfilar la carretera nacional, vislumbro lo que me espera. Un viento norte castigador e inmisericorde me acompañará el resto de la jornada. Trescientos treinta y tres km contra el viento. Con la moto a tope y como máximo 80 km por hora… Por el retrovisor veo venir unas motos, les doy paso con aspavientos, hasta que me doy cuenta que se trata de la pareja de la Guardia Civil… Aminoran la velocidad al adelantarme en una recta descomunal, y continúan ruta. Más adelante, me los encontraría situado en el arcén, controlando a los viajeros, me hacen señales para que continúe, me saludan y se quedan observando la “amotillo” desde la distancia, según veo por los espejos.
En el valle del Ebro el viento arrecia de manera desalmada conmigo. Nos acercamos a una gran ciudad y hay más tráfico, sobre todo de camiones. Esta vez ellos pueden, y nosotros no; nos adelantan de manera despiadada. Ni siquiera podemos mantenernos a rebufo. Tengo que parar un poco para dejar descansar a Grisácea, que en ningún momento se ha quejado; más bien es la escusa para dar a mis posaderas algo de alivio. A la salida de La Almunia, un control; procedo a soplar en el alcoholímetro, y cero «points»… Mientras me coloco guantes, cascos, etc, se acerca un patrullero.
– ¿Es cómoda? – me pregunta por la moto.
– Por supuesto, lo único que hoy el viento no nos da tregua y con 12 caballos…
– ¿Hasta dónde vas?
– Hasta Pamplona; hoy vengo de Cuenca, pero hemos estado unos días en Almería.
-(Silencio y cara de sorpresa) Si vas por la carretera del desierto*, ten mucho cuidado con los camiones, van como locos…
– Muchas gracias, señor agente
– ¡Buen viaje!
*En Zaragoza apodan al tramo de 36 km entre La Almunia de Doña Godina y Magallón, como la “carretera del desierto”.
Otro desierto en el viaje. No es el último. Me costará llegar a las Bardenas, pero gritando al viento dentro del casco (algo así como el Teniente Taylor), lo consigo. Aun me falta unos 100 km; me meto por todas las carreteras vecinales que encuentro para evitar la nacional, y ahorrarme la idea de que los coches se pongan a milímetros de la Dunlop.
De nuevo me pilla el atardecer, y allí enfrente se extienden la llanura del cielo granate y algo más abajo el inextricable laberinto de montañas de color azul. ¿Cuándo los volveremos a ver?
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