Por la mañana, lavado, peinado y con muda nueva, me dispongo a continuar mi travesía. Mientras desayuno me doy cuenta que ni de coña voy a poder hacer todo el camino y voy ojeando los mapas y algún blog que me han puesto los dientes largos, pero solo dispongo de un par de días más y una montura escasa de caballaje (aunque ávida de peripecias…). Como somos mucho de parlotear con los paisanos, con la charla con la jefa del hotel me olvido de devolverle las llaves de la habitación. Menos mal que había bajado al pueblo a seguir haciendo fotos, y la cosa se resuelve con un par de llamadas al móvil…
No auguran nada bueno las nubarrones hacia babor… Las tormentas comienzan desde la mañana. Paso debajo de la borrasca, pero no quiere descargar nada de agua. A lo mejor es obra del abate y sus compañeros…
Me acerco al Burgo de Osma, el punto de sellado está en pleno centro del pueblo, en una calle peatonal. Me meto como si fuera una bici. Me ve pasar un patrullero municipal. Le pido disculpas. Vuelvo a salir “chino-chano” y comenzamos una charla con el patrullero que allí me esperaba. Me dice que solo me ha dejado pasar por llevar “esa” moto. Lo típico:
- ¿Desde Pamplona?
- Si, poco a poco.
- ¿El camino del Cid? ¿Entero? ¿Hasta Valencia?
- Bueno todo no, lo que se pueda en unos tres días.
- Muy bien, muy bien – mirando la moto de reojo- ¡Buen camino y que pase usted un buen día!
- Hasta otra señor agente, ha sido usted muy amable…
- Circule con cuidado, tenga en cuenta que estamos en una calle peatonal ¿eh?
- … Estooo, si, ¡gracias!
Hoy me va a dar tiempo de darle vueltas bajo el casco recalentado con el sol de Castilla. El personaje de El Cid está un poco a caballo de la historia y la leyenda. Unos hablan de un gran guerrero, de amplia valentía, prudencia, generosidad, piedad, honradez y rectitud. En otros casos se habla de un mercenario, jefe de su propio destino que no buscaba más que su propio pan. En cualquier caso, lo cierto que su vida y obra han sido de las más estudiadas, llegando su leyenda hasta nuestros días.
De castillos esta lleno el Camino. Uno de los más visibles en derredor es el de Gormaz, dominando desde una colina parte del erial. Subo hasta él por una estrecha carreterilla bordeando parte de sus murallas, para descubrir hacia donde dirigiré la moto. Antes me paro en el “club social” de la localidad a que me sellen el salvoconducto. Después de una charla sobre las características de la moto, un amable lugareño se empeña en convidarme a un vaso de vino. Le digo que voy conduciendo, pero persiste en su invitación. Mientras vamos charlando, salgo del local y sigilosamente consigo esconder un vaso de tubo lleno de tintorro entre las macetas de una ventana…
La estepa soriana: llevo unos 150 km por carreteras de segunda y de tercera, sin cruzarme nada más que con algún zorro despistado. Pero eso sí, en medio de la nada surgen pueblos como Berlanga de Duero y su castillo al fondo. Un muchacho de unos 15 años, con camiseta del futbol ultimo modelo, pantalones pirata y zapatillas Coverse -versión AllStars- se me acerca a ojear la moto. Le digo que es una moto para «viejóvenes», aunque parezca algo más. Se descojona (no se si de mí o de mi broma) y me advierte de que tenga cuidado con los corzos, que últimamente se acercan mucho a las carreteras. Se marcha con aire de John Wayne perdonando varias vidas. En la Oficina de Turismo me indican que merece la pena la visita a la iglesia de San Baudelio. Allá que me acerco a ver los frescos de la Capilla Sixtina del arte mozárabe. Se me antoja sobria por fuera pero bonita en su interior, algo así como el paisaje que me rodea…
No tengo más remedio que continuar a pesar de la canícula. Me habré cruzado con dos o tres vehículos en toda la jornada… Toda la peña está en la playa, ¿verdad Alfredo? Grisácea me acerca a Medinaceli y su austera fortaleza situada en un risco desde donde domina el cauce del río Jalón. Todavía sigue siendo esta zona cruce de caminos, parece que al menos desde la época de la Antigua Roma y por supuesto de la de El Cid. Cargo el depósito y pido un bote de Loctite en la gasolinera. El jefe me mira como si la necesitara para esnifarla o algo así. Con un gesto -elevando el pie-, le indico que la suela de la bota ha decidido tomar vida, y parece que quiere hablar…
Se nota que la antigua N-II desde Medinaceli hasta Arcos de Jalón, tuvo tiempos mejores. Ahora sobrevive como simple vía de servicio, serpenteando a través de pequeños cañones, toda plagada de túneles, entre el río y las vías del tren; sin un solo vehículo a motor por ella… O sea un paraíso… Hasta que, por narices, me tengo que meter unos kilómetros en la autovía.
Ateca también me recibe en fiestas; junto al hotel se ha organizado un concierto de bandas de música municipales; pasodobles y jotas me acompañan al descargar la motillo. Me cuesta un poco, pero encuentro un pequeña taberna donde seguir con la dieta sencilla. Honrando de nuevo a los productos de la tierra: unas longanizas aragonesas y huevos fritos, me servirán para recuperar fuerzas. Esta noche, de nuevo, el cielo se abre: una tromba de agua durante unos minutos hace que las gentes del lugar no recuerden tamaña tormenta en tropecientos años, para celebralo el jefe del garito me pone un pacharán por su cuenta….
Dejé la ventana abierta de la habitación del hotel, y un millardo de mosquitos me arroparán esta noche…
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