Será un gallo esta vez, el que nos avise de la llegada de la madrugada. El caso es que los pollos de estos lares deben de ser unos buenos madrugadores, porque desde las 5:00 a.m. ahí estaban, dándole al pico. Es lo que tiene ser un mal urbanita, no te despiertan las sirenas de las ambulancias y el cántico de un galliforme, te desvela… Nos caemos de la cama para continuar nuestro camino. Justo a la salida de Caín, nos saludan con efusión desde una autocaravana tuneada (no sabe nada el compatriota de Astérix…).
Garganta de Caín
La garganta de Caín tiene la herencia de la época postglaciar. El peso y el deslizamiento de los grandes hielos de tiempos antiguos, junto con la erosión de los ríos formados posteriormente, ha modelado la geología de esta forma tan característica: valles estrechos, picos calcáreos erosionados por el agua en múltiples formas y justo en medio el camino a recorrer. Las nieblas gris humo rondando en la parte alta de las paredes manchadas de gris gainsboro, nos avisan de que más arriba, en los puertos, nos espera la bruma gris blanquecina cargada de agua. Tanto gris, que nos quedamos sin admirar el Macizo Central desde el el mirador de Panderrueda (1.463 m); y es una pena, porque bien se merece una parada.
No nos queda más remedio que apretar los dientes e ir bajando hacia Asturias, bordeando el Macizo Occidental o de Cornión, una vez coronado el puerto del Pontón (1.268 m). El camino se va volviendo verde haya según descendemos a través del Desfiladero de los Beyos, hasta llegar a Cangas de Onís. Tratamos de recorrer la carretera de la zona de Cabrales lo más rápido posible, ya que comienza a llover en serio y, por supuesto, la niebla no nos dejará ver el Urriellu desde el mirador al borde del camino. ¡Un motivo más para tener que volver!
Cangas de Onís
Así mismo, queremos acceder a la zona de Tielve, ya que Pluto sigue con sus contactos nativos, y nos han recomendado Casa El Carteru. Allí nos presentamos y solo nos preguntan si queremos comer, no hay opción a elegir. De entrante tortos con cabrales, después fabes al estilo de la casa, más tarde cabrito con patatinas y para finalizar postre casero; de beber sidra. Un chigre como gustan de llamar aquí, pero que destaca porque aparezca una amable jefa en bata de guatiné, zapatillas de andar por casa y un delantal floreado; y más aún, que en las mesas haya aparcados unos sur-coreanos haciéndose selfies con el último modelo de tablet y pidiéndole autógrafos a la jefa. Nosotros a lo nuestro, las fabes… Mientras, la dueña nos va explicando lo de los asiáticos perdidos en la montaña; parece ser que vinieron de una televisión coreana junto con varios cocineros del lejano oriente para aprender a hacer las fabes y consecuentemente exportarlas allá. «En una boda las pusieron», nos dice la dueña, «nosotros todo les enseñamos para que aprendieran, y ellos no quisieron enseñarnos nada de sus comidas». Aunque no le hace falta, le animamos: «seguro que a los coreanos no les salieran tan buenas las fabes como a la jefa…»
Vanvaneando entre Camarmeña y Tielve
La carretera desde Camarmeña hasta Sotres y Tresviso es como adentrarte en Reino de Ered Mithrin o de las Montañas Grises. No había ningún enano por los alrededores y solo alguna cabra nos observaba con ojos estrábicos. Además, por aquí las cuevas guardan tesoros más poderosos que los diamantes: su famoso queso de Cabrales (y un poco más arriba de las montañas, el Picón).
Vistas de Tresviso
Nos recibe Tresviso en medio de la neblina y el orbayu. Por sus calles empinadas huele a hierba mojada y a humo de leña de las chimeneas, que están a pleno rendimiento a pesar de que estamos a finales de agosto. La niebla es un vecino más que trata de colarse dentro de las casonas de la aldeuca. Necesitamos una guarida donde desentumecer nuestros húmedos huesos. El refugio para montañeros de la localidad será nuestro lugar de cobijo hoy. Antes de caer rendidos, compadrearemos alrededor de unos trozos de queso Picón y sidra con algunos vecinos del lugar, algunos venidos desde lugares tan lejanos como Colombia. «Es una larga historia, mi hermano».
Camino de Tresviso
Nos despertamos de nuevo envueltos en la bruma, aunque hoy, sin embargo, nos deja disfrutar durante unos minutos de las vistas hacia el Desfiladero de la Hermida. A la hora del café, chapurreamos inglés para ayudar a decidir que ruta harán hoy unas turistas, que han llegado hasta este lugar que hace un par de inviernos (cuando de verdad eran invernales) estuvo 30 días incomunicado.
Vanvanero de Tresviso (La RV cada vez va mejor).
Debemos de regresar (otra vez) por el mismo camino, bordeando valles en altura. Y allí, en lo alto del Jito de Escarandi, en medio de la niebla, andando por la carreteruca, aparece una figura alargada, nervuda, canosa, alicatada con un sombrero de fieltro, algo encorvada y apoyada en un cayado, sin duda por los años que parece llevar encima… Ante tal aparición, no me queda otro remedio que parar a conversar con ella; solo falta que me diga algo así como «no todo el oro reluce, ni toda la gente errante anda perdida«. Pero no, no es Gandalf el Gris; se trata de un paisano astur-montañés, que nos alecciona para que desistamos de subir hoy a Covadonga, que «esta nieblina no ha de levantar hoy, que no sopla el aire».
Nos despedimos de Picos de Europa subiendo hasta Camarmeña y el mirador del Naranco, que se oculta tras el mar de nubes… Decidimos, pues, enfilar hacia el mar Cantábrico.
Rodando en Camarmeña
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