Durante nuestro recorrido por Picos de Europa, en varias ocasiones el musgosu nos alerta de que hasta dentro de unos días las tormentas no van a dejar de rondar por estos picachos. Así que, desde la montaña descendemos hacia la costa cántabra. Nos alejamos, por tanto, de las borrasquillas que nos han estado persiguiendo estos últimos días, para ir a adorar como los antiguos cántabros al dios del mar; y que mejor lugar para ello que la playa de Gulpiyuri, una playa típica de estos lugares, con ese azul infinito que no distingue al mar del cielo.
Rodamos junto al mar. Echando una mirada desde dentro del casco, mis ojos captan acantilados, saltos de mar, playas naranjas, prados verdes, valles perpendiculares a la costa, pueblucos y caseríos más cerca o más lejanos, y bosques. Siempre todo ello junto al mar. También observo que sobrevolando por encima nuestro, las traviesas hadas nuberas siguen ejerciendo su magia junto a los montañas de los Picos de Europa.
Nos acercamos a una curiosidad naturalística de esta zona: el bosque de secuoyas en el Monte Cabezón. No es un bosque autóctono, sino que se trata de una plantación experimental realizada en los años del franquismo. Puesto que en aquellas epocas había necesidad de maderas de producción industrial, se plantaron especies foráneas de rápido crecimiento como búsqueda de riqueza e ingresos. Aquí más que duendes, nos puede aparecer más fácilmente un Big Foot; aunque no descartes que el ojancano se pegue su paseos por aquí, entrenándose a tirar árboles .
Visitamos Llanes, donde Juantxi nos regala una campanilla para colgarla de la moto. Según distintas leyendas sirve para asustar a los duendes de la carretera. En estos lugares del norte nos servirá para amedentrar a los trasgus, trastolillos, trentis y todos aquellos duendes traviesos; y de paso, buscar la protección del más serio enano Zahorí.
Seguimos camino entre marismas, para llegar a San Vicente del Barquera, a alimentarnos de los frutos del mar, que el viajero no solo vive de mitos y leyendas. Y bien terrenales (o más bien marítimos) fueron los frutos del mar y el arroz con bogavante que nos sirvieron en El Bodegón (otra gran recomendación de nuestro amigo Pluto).
En estos lugares, se le llenan a uno los pulmones de puro aire, y se le vacía la cabeza de malos pensamientos; será influencia de las anjanas, o simplemente por andar en moto rodeado de amigos… Sea como fuere, ¡bienvenido sea el oxígeno!.
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